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 Dejo a mi padre sentado en su viejo sillón, y me dirijo a la que fue mi habitación, cada palmo de la casa me refleja un recuerdo de mi niñez, ¿Quién dijo que el tiempo no se podía oler?, yo me encuentro embriagado por el aroma de  mi infancia. Cuanto añoro aquellos años, sin lugar a dudas para mi fueron los años más felices de mi vida, en esa edad permanecemos inmunes a la envidia y la codicia. En un metro cuadrado podíamos construir un mundo lleno de juegos, nosotros éramos el mejor juguete. En esos tiempos la verdadera red social era la que se encontraba cada tarde en la plazoleta, ese era nuestro particular festival park. Solo hacía falta poner en marcha nuestra imaginación, e inmediatamente surgía ante nosotros un gran catalogo de juegos. Quien no recuerda haber jugado a el burro ( si como indica su nombre había que ser muy burro). Cuanta espalda se habrá fortalecido con dicho juego. Las niñas también tenían su propio catalogo de juegos, si,  por desgracia justo en el momento que se  era consciente de  el sexo de la criatura que venía al mundo, se ponía en marcha la maquinaria de las reglas establecidas. Si era niño su mundo se convertía en tonos de azul, y si era niña el rosa pasaba a hacerle compañía durante toda su infancia. Aun hoy dicha tradición ancestral persevera en el tiempo.

A la hora de jugar ídem de lo mismo, los juegos se dividían en dos formatos, para niños y para niñas. Es triste pero que inocentemente la sociedad comienza a pautarnos las reglas del juego. Cualquier niño o niña que osara revelarse ante estas pautas era calificado de marimacho o mariquita.

Para mí la tierra no giraba alrededor del sol, sino de mi peonza. Estábamos inmunizados contra todo tipo de virus, tocábamos la tierra, pisábamos los charcos, los bebes salían a pasear en sus carritos destapados, sentíamos el aire. Hoy en día apenas se juega en la calle, ha sido sustituida por centros de ocio que te controlan la imaginación y la limitan hasta tal punto que en la mayoría de casos queda reducida a las distintas pantallas de la consola correspondiente.

Recuerdo las tardes de batallas con los soldaditos que se vendían en sobres, era verdad que muchas veces venían defectuosos, al que no le faltaba la cabeza le faltaba una pierna. Pero como en cualquier guerra tiene que haber lisiados y es de suponer que la empresa fabricante hubiese pensado en dichos casos.

Una vez en casa las normas se solían saltar y si tenías la suerte de tener alguna hermana aprovechabas para explorar su universo de juegos.  Por aquellos años ellas solían dedicarse a la moda, vendían unas plantillas con ropa y accesorios, y sus correspondientes señoritas. El juego consistía en recortar los vestidos e ir combinándolos en la señorita. He de reconocer que el mundo de la moda no se encontraba entre mis virtudes por lo que desistí de dicho juego. Hoy día a veces me pregunto si no fueron esas niñas las culpables con sus juegos de recortes de la actual obsesión de nuestro presidente por recortar. Tal vez en su niñez la naturaleza le privo de tener una hermana con la cual poder amenizar las tardes muertas jugando a recortar e inconscientemente  lo expresa en su forma de gobernar.

Mis hermanos y yo,  es justo recalcarlo contribuimos constantemente a levantar la economía del país, por lo menos en lo que se refiere a la venta de huevos.  Nuestro centro de operaciones era el balcón de nuestro cuarto piso, desde ahí el paisaje nos ofrecía un amplio abanico de posibilidades. Decidimos reflotar la venta de huevos, agazapados entre las macetas nos fijábamos un objetivo y lanzábamos el huevo. Con el tiempo llegamos a precisar nuestra puntería hasta tal punto que comenzó a ser un problema para la integridad de nuestra familia. Que injusta puede llegar a ser por momentos la sociedad, tal fue la presión que tuvimos que desistir de nuestro objetivo.

 

Cada fotografía porta una historia con ella, en nuestro hogar había una que sin duda resaltaba con diferencia sobre todas las demás. Durante años presidia el recibidor de nuestra casa, pero causaba tales comentarios que tuvieron que ir relegándola a otros lugares menos vistosos. En concreto era el retrato de mi hermano más pequeño, en ella aparecía sentado con las piernas cruzadas mirando fijamente, hasta ahí todo era normal, pero el problema surgía al advertir que la cabeza a duras pena cogía en el retrato.

Todos se preguntaban como el más pequeño de la familia podía ser el cabeza de esta.

El problema se acrecentaba por momentos. Mis padres emprendieron un largo peregrinaje por distintas consultas de doctores de gran renombre, sometieron a mi hermano a multitud de pruebas. Cuando empezó a caminar tuvieron que acoplarle a los laterales de la cabeza dos protectores de esponja para amortiguar las continuas colisiones que se producían al chocar  la cabeza contra las paredes debido a la inestabilidad. Por suerte con el tiempo el crecimiento de la cabeza se estanco, y todas las partes de su cuerpo comenzaron a crecer en proporción equilibrada.

Es justo decir que a día de hoy mi hermano pequeño sin duda alguna es el que mejor asentada tiene la cabeza en la familia en todos los sentidos.