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Decido acostarme junto a mi mujer, algo que hasta hace poco
era simple rutina se ha transformado en un deseo. Allí estoy yo perdido en el
universo de nuestra habitación, aferrándome a lo arrebatado, la miro y
comprendo que me estoy volviendo a enamorar de ella. Cuantos rasgos había
olvidado de su cuerpo, su piel suave como las olas en calma, sus ojos cerrados
guardan el tesoro de su mirada.
Concentro todos mis
sentidos en un solo objetivo, tengo que conseguir acariciarla, deseo poder
sentir otra vez esas olas, embriagarme con el perfume que siempre ha
desprendido, que no es otro que el brotar de la primavera.
Acerco mis dedos
temblorosos pero decididos a sus caderas, voy muy despacio, centro toda mi
fuerza en ese propósito.
Mi mano casi roza su
piel, ya no hay marcha atrás, cierro los ojos y me centro en sentir la
sensación. Las yemas de mis dedos rozan su piel, un tsunami de sensaciones se
apoderan de mi. Sensaciones olvidadas renacen en mi memoria, momentos
secuestrados por el capricho del egoísmo. Recorro cada poro de su piel, es como
navegar en un mar de calma, teniendo la certeza que la final nos
reencontraremos en una isla. En ese espacio de tiempo vuelvo a sentirme vivo,
percibo sensaciones que se habían mudado en la hora de mi muerte. Me abrazo más
a ella, mis labios apenas rozan sus oídos, la llamo como la tormenta llama a la
calma.
-
¡Mary!, cariño me escuchas, estoy aquí. No dejes
que la brisa del olvido me arrastre lejos de vosotros. Mary por favor dime
algo, necesito saber que me sientes, reniego a esta soledad que se me ha otorgado.
-
Mary no me condenes al silencio, tengo tantas
cosas por decir y sentir.
Pero solo el silencio
me acompaña y se vuelve fiel testigo. Nunca en mi vida tuve la necesidad tan
imperiosa de llorar como ahora, pero mis ojos estaban secos, todo mi cuerpo se había convertido en una
mazmorra para mi dolor, este no encontraba la salida. Seria acaso este mi
futuro, abandono la cama, tal vez sea el momento de irme de mi vida, emprender
otro camino, y ser testigo de otras vidas.
Me aproximo a mi esposa avecino mis labios a los suyos y le
doy un beso, el último beso, como el soldado que parte a una guerra perdida.
-
Adiós cariño, siempre te tendré conmigo.
Me di la vuelta y comencé a caminar, la habitación ahora me
parecía extraña, fría como la brisa del invierno.
-
¡Toni!, Toni no te vayas.
Ha pronunciado mi nombre, me acerco rápidamente a su lecho,
y me pongo de rodillas frente a ella.
-¡Mary!, estoy aquí cariño, estoy aquí dime que me quede,
que me oyes, necesito saber que estoy aquí.
- No nos dejes cariño.
Esta llorando, sus lagrimas desciende por su rostro como el
agua que riega el jardín prohibido. Abre
los ojos, su rostro refleja angustia, se levanta a tientas y enciende la luz
del dormitorio. Recorre con pasos cortos cada rincón del dormitorio, se dirige
al armario, lo abre y comienza a rebuscar entre la ropa, parece nerviosa,
revuelve la ropa sin cesar, de pronto se queda inmóvil, lo ha encontrado, es el
álbum de fotos de nuestra boda. Lo abraza contra su cuerpo tal como abrazaría
un naufrago a tierra firme, permanece un tiempo hay de pie, sus brazos parecen envolverme
a mí, la fuerza de su amor traspasa y desborda el álbum, se esparce por toda la
estancia, jira la cabeza, se queda
mirándome fijamente, y sonríe.
Solo es una decima de
segundo, lo suficiente para darme las fuerzas necesarias para seguir embarcado
en este viaje, se que por un instante me ha sentido a su lado, si tengo que
deambular perdido por este mundo de
sueños con el consuelo de una sonrisa suya, lo hare.
Se sienta en el canto de la cama y comienza a ojear el álbum,
yo sigo hay a su lado. La boda ya fue un presagio de que iba a ser un camino no
exento de baches, como esa senda misteriosa y apenas transitada que conduce a
lo alto de la montaña, por un camino plagado de desniveles, piedras y zarzales.
Pero es su dificultad lo que al final y llegar a la cumbre realza la belleza de
esta, la cima es la suma del todo.
El día de nuestra boda un mes de noviembre amaneció el cielo
gris, durante toda la mañana permanecieron las nubes en guardia amenazando
nuestro día, a medida que se acercaba la hora el cielo más nos intimidaba. Justo
a la hora señalada de la boda el cielo nos recibió con un aguacero.
Al salir de la iglesia fuimos a realizar las pertinentes
fotos para la posteridad, el encargado de llevarnos fue un primo de su mujer y
su señora.
El fotógrafo que había alardeado de su profesionalidad al
contratarlo, quiso el destino que el flas de la cámara estuviese agotado, pero
no había que desesperarse venia provista de una batería. Claro que por
infortunios del destino estaba averiada. En resumen realizo las fotografías con
una cámara de lo más normal. Durante el trayecto hacia el lugar escogido para
las fotografías nuestro chofer (el primo de mi mujer) y su señora estaban
enfrascados en una discusión, algo me hacia intuir que tal vez tuviésemos que
terminar haciendo uso de algún medio público para llegar finalmente a nuestro
destino.
Arribamos a los jardines, mi mujer comento que su primo se
marchaba un momento a comprar tabaco mientras realizábamos el reportaje. Solo
Dios sabe lo difícil que puede ser a veces encontrar una expendeduría de
tabaco, desde luego para esta pareja debió ser una tarea ardua difícil, pues a día
de hoy aun estaríamos conviviendo con la flora y la fauna del susodicho jardín.
El tiempo avanzaba inexorablemente, la pareja no daba
señales de retorno, por aquel tiempo apenas eran unos pocos los que estaban
sumergidos en el mundo de la telefonía móvil, y sin duda nosotros no nos
encontrábamos en ese selecto grupo.
La noche por momentos volvía amenazarnos con lluvia, se
torno gélida, El fotógrafo para resarcirse de los problemas anteriores con la
cámara fotográfica, propuso que podríamos hacer uso de su vehículo (una
furgoneta), si bien existía un pequeño inconveniente, estaba llena de
artilugios. Las opciones por calibrar eran pocas y el cielo empezó a descargar
agua por lo que llegamos a la conclusión
que podríamos hacernos hueco en dicho vehículo.
Con cierto retraso llegamos al convite, nos recibieron entre
vítores, ¡viva los novios!. Todo parecía retornar a su cauce. Una vez cenados
nos encomendaron la tarea de abrir el baile, enseguida comprendí los
sacrificios que la vida de casados me iba a requerir en el futuro.
Arropado por cierta cantidad de vino, me vi con sentido del
ritmo, nos pusieron un Valls, a los cinco segundos mis piernas se enredaron con
la cola del vestido, con tal mala suerte que perdimos el equilibrio, yo al ver
que nuestro recién estrenado matrimonio se desplomaba intente aferrarme a la
pareja que se unió al baile, el destino quiso que fuese mi suegra, conclusión,
yacíamos gran parte de la familia en el suelo. Mi suegra quedo agasajada con un
pequeño esquince, desde ese momento la relación con mi suegra se volvió un poco distante.
A trompicones nunca mejor dicho fue transcurriendo la
velada, después del convite nos fuimos a recorrer algunos bares. Por el camino perdí
a mi hermano, que reapareció al día siguiente con un coma etílico.
En mi mente no puedo visualizar la noche de bodas, lo que si
se cierto es que la cague, si digo la cague pues debido al elevado consumo de
alcohol aparecí a la mañana siguiente tirado en el baño rodeado de cierta
sustancias, que prefiero pasar a omitir.
En mi caso se cumplió el dicho “no te cases que la vas a
cagar”.